He aprovechado una mañana del fin de semana largo primero de mayo para hacer una excursión al emblema de mi pueblo: el Peñón de Peñarroya. Con mi tocayo y nuestras respectivas hijas aprovechamos un día de primavera para pasar una estupenda mañana. Dejamos el coche en la Poza, la fuente que se está restaurando junto a su entorno y que falta le hacía, aunque no entiendo lo que están haciendo justo detrás de la fuente y en los primeros metros del camino que nos lleva al Peñón. Esperaré a verlo terminado.
Con las mochilas cargadas de la ilusión de las niñas y del miedo de los mayores a que la empresa sea excesivamente dura para ellas iniciamos la primera cuesta con la mirada en la lejana cruz como objetivo.
Un pequeño descanso tras las primeras rampas para saciar la sed de las pequeñas y para que yo pueda respirar me permiten contemplar la vegetación cercana al camino, las imagen de El Peñón algo más cercana y, si me doy la vuelta, una amplia y guapísima panorámica del pueblo con Peñarroya a los pies del que sobresale la torre de la Iglesia y alguna chimenea.
Seguimos subiendo. Huele a romero y lavanda (creo). Llegamos a la última curva antes del último esfuerzo y viendo el Peñón ya muy cerquita. Ahora ya vemos la antigua mina María, Fuente Obejuna, algo más allá La Granjuela y hasta Valsequillo. Si me doy la vuelta la se ve perfectamente todo el núcleo de población, una bella vista de El Cerco casi bañado por el pantano de Sierra Bollera y al fondo se levanta casi hasta nuestra altura el Castillo de Belmez.
Las niñas han aguantado, yo también, ahora queda gatear por las piedras para llegar hasta la cruz y allí hacernos unas fotos, hacer otras de la panorámica, beber algo de agua y, naturalmente comer, que esto es como cuando vas al futbol: lo mejor es el descanso y el bocata.
Hemos descansado, vamos para abajo, con cuidado, que nadie se caiga. Vemos el nido de ametralladoras de la Guerra Civil mientras mi tocayo y yo pensamos lo que tuvo que suceder durante “La Guerra” allí y en las sierras cercanas. Mejor ni pensarlo.
Bajamos por un caminito, rodeando El Peñón, es más fácil bajar y además es más fresquita, casi vamos a la sombra aparatando pequeños arbustos. El Peñón queda casi por encima de nosotros. Tenemos que ver las cuevas del Peñón, la primera la que llaman “la de la botella” y de la que “sale frío”, después el abrigo de Virgen, que aloja las pinturas rupestres que no se ven por que las defienden una reja de los desalmados salvajes. Alguna pintura queremos adivinar desde la distancia.
Entre olivares vemos las primeras casas de Peñarroya que nos hacen pensar ya en que llegamos a la Ermita. Antes la sorpresa de ver a lo lejos una bandera de la “España de antes”, todavía quedan algunas. Las últimas fotos de El Peñón al fondo con la ermita y su campanario de justo delante.
Pasamos por las calles pensando en la cervecita que nos vamos a tomar (las niñas un refresco) en el Casino de Peñarroya con el amigo Rafael y algún otro parroquiano.
Ya en Pueblonuevo echamos un último vistazo a nuestro emblema, que hoy hemos hecho algo mas nuestro, y aunque algo cansados, satisfechos por la mañana que hemos vivido.
Para mi ha sido una mañana muy alegre al poder compartir con mi hija un bonito itinerario. Os recomiendo que lo hagáis y si es posible en familia y con los amigos. Aquí os dejo las fotos de todo lo que os he contado.
Gracias a Estefanía, mi hija, a Julia y a Pedro Cabrera.
3 comentarios:
Magnífico relato y magníficas fotos. Estimula la ilusión con que expresas esa excursión y como la documentas tan brillántemente. Me han entrado muchas ganas de volver a experimentarla. Ya contaré.
...y yo te acompaño. Bueno, yo voy contigo donde digas.
¡que pasó con los coches?
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