Esta mañana, un comentario en el Facebook de la menor de mis primas me hizo recordar una frase que en momentos de graves problemas, incluso de grandes pérdidas he repetido. Es casi una forma de entender o enfrentarse a los malos momentos. “Mañana vuelve a salir el sol”. Lo de menos en ese momento era lo que significaba la frase. Bueno, no es tan así. Me di cuenta que esa frase de verdad significa muchas más cosas. Para los demás, tal vez no, pero para mi prima y para mí, y supongo que para los demás primos, es mucho más. Es una frase de mi familia.
A raíz de esa frase me he dado cuenta de cual es la verdadera herencia que nos dejan nuestros mayores. Me explico. Ella achacaba la autoría de la frase a su padre, sin embargo yo la recordaba de boca del mío. Después recordé que ambos estábamos en lo cierto y, a la vez, ambos equivocados. Esa frase la habían “heredado” mi padre y mi tío de nuestro abuelo. Y ahora somos nosotros la que la utilizamos. Yo tengo guardado el anillo que siempre llevó mi padre y que a su vez era de su abuelo. Pero lo tengo guardado. Sin embargo, esa frase, esa cosa inmaterial que heredé de mi padre y de mi abuelo, la utilizo muy a menudo. Creo que mi prima también. Me ha alegrado saber que compartimos algo tan importante.
Pero no ha quedado ahí la cosa. Esta frase casi sin importancia ha provocado otra reacción más en mí. Es raro el día que no me acuerdo de mi padre o lo nombro por algo. Pero hacía tiempo que no me acordaba de mi abuelo. De nuestro abuelo, del único que yo disfruté. Sin saberlo, mi prima ha hecho que durante todo el día me haya estado acordando de él. Como el mayor de sus nietos, fui el que posiblemente más lo disfruté. Aunque se fue demasiado pronto y sin avisar.
Hoy he recordado esos años en los que mi abuelo era eso, un abuelo. No era uno de esos abuelos de ahora que están todo el día con sus nietos. Era un abuelo que no nos criaba, con el que no estábamos todo el día, sino que solo estábamos con el para disfrutar. Un abuelo, abuelo, de lo que educaban maleducándonos. No he podido recordar una regañina, ni un grito, ni una prohibición. Sólo he recordado momentos de abuelo que creíamos que permitía lo que no nos permitían nuestros padres. Era el abuelo del juego, de compartir ratos de juegos y de risas, de las pagas de los domingos (sea lo que sea el domingo). Sobre todo recuerdo que se convertía en un niño más cuando estaba con nosotros. ¡Hace tanto de aquellos maravillosos años! Y hoy he revivido muchos de esos momentos. Y en algunos de ellos estaba la más chica de mis primas que hoy me ha devuelto a cogerme de la mano de nuestro abuelo Julio. Gracias prima.
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