La Plataforma Ciudadana Guadiato Sostenible organizó una mesa redonda que se celebró el pasado martes y que demostró muchas y dejó en evidencia otras muchas. Cuando utilizo la palabra celebración lo hago intencionadamente porque significó la victoria del ciudadano frente al político o política. Y en los tiempos que corren es para celebrarlo.
Demostró el gran poder de convocatoria que puede llegar a tener un grupo de ciudadanos. Sólo ciudadano, sin singlas, con ideales pero sin ponerlos encima de la mesa, con objetivos claros y con un solo fin común: el tener una vida digna en el lugar que han elegido para ello. Esto es lo que mueve a los ciudadanos. No las promesas, no los falsos ideales y no los objetivos faraónicos. El ciudadano se moviliza y responde a la llamada de quienes son como él y quieren conseguir los mismo objetivos sin utilizar para ello lapalabrería y la demagogia y con el sólo argumento de su esfuerzo.
Cómo consecuencia se evidenció el desencuentro que existe con sus políticos, con los que mandan y con los que están en la oposición, con los mismos que ellos han votado. Desencuentro total y absoluto ante su gestión de los problemas que verdaderamente les atañe. Quedó claro que a nuestros administradores el pueblo les pide dos cosas por encima de todo. La primera que digan la verdad por encima de todas las cosas. No valen verdades a medias o posturas alejadas de la realidad. La segunda, es todavía más difícil. Es que apliquen en su gestión el sentido común, muy poco común entre la clase dirigente.
En mi opinión quedó demostrado que son los ciudadanos los que de verdad tienen cogida la sartén por el mango, y que son los políticos los que dependen de nosotros, y nunca al contrario. Entre los políticos reina el miedo, yo diría el pánico, a que la ciudadanía se reúna para pedirles explicaciones. No se explica de otra manera que no hayan mostrado apoyo alguno a la Plataforma (más bien lo contrario) hasta que han visto el poder que podía llegar tener ante los demás ciudadanos. Han difamado, han quitado carteles (o han mandado quitarlos), han querido disuadir o simplemente han estado desaparecidos. Ahora si, ahora han aparecido todos. Todos. Claro está que para aprovecharse de la labor de unos cuantos e irse a casa habiendo conseguido el aplauso fácil y la correspondiente medallita a sus méritos políticos.
Esto último tiene su correspondiente evidencia. O mejor dicho, son ellos mismo s los que han quedado en evidencia. Se han retratado ellos mismos. Ninguno se quedó atrás a la hora de intervenir. Todos pedían la palabra para mostrar un fariseo apoyo a la plataforma cuando vieron que tenía el apoyo de los demás ciudadanos. Y éstos que no son tontos del todo se dieron cuenta del juego y se hacían las dos preguntas que siempre nos hemos hecho desde la plataforma. ¿Por qué no fueron ellos los primeros en alertar al pueblo? ¿Y dónde estaban hace tan sólo un mes? Quedó evidenciado que estaban jugando a la política.
Por último se demostró que el político tiene unos principios pero que si no nos gustan los cambia. De otra manera no se entiende que cambien el rumbo seguido durante años en tan sólo un día y su postura sea radicalmente diferente a la que era ayer. Quedó en evidencia que son capaces de defender su postura anterior como idéntica a que tienen hoy sin el más mínimo rubor. A veces pienso que ellos mismos se creen su mentira. Se inventan un argumento que recogen en una frase, se la aprenden, la repiten hasta la extenuación, y ya es suya desde el inicio de los tiempos.
¿Por qué es tan difícil para un político decir que se ha equivocado y que han sido los ciudadanos los que le han sacado de su error? Quedarían mucho mejor. No queremos políticos infalibles. Pero claro, votos obligan. De todas formas saben que en cierta parte, el ciudadano es tonto, y que digan lo que digan y hagan lo que hagan (sea o no contrario de lo que dijeron e hicieron) el ciudadano lo seguirá votando. No hay más remedio.
Hemos llegado a un punto en nuestra democracia en el que al político le permitimos casi todo. Que mienta, que se cambie de chaqueta, que sea nefasto para los intereses de todo un pueblo o que incluso quiera imponerle su razón. Sin embargo, hay algo que no se le permite ni se le perdona, como quedo demostrado el otro día: la traición.
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