Después de varias llamadas y de intercambio de correos
electrónicos, en la tarde de ayer tuvimos la oportunidad de conocernos dos
parejas que hemos pasado por el trance de perder a unos hijos por manos de la
justicia. Además de un café y un rato de charla, compartimos ilusiones, fotos, experiencias,
recuerdos, inquietudes, miedos, y sobre todo nuestra mayor desconfianza en la
justicia y en esa demagogia que entre todos hemos dado en llamar “protección
del menor”.
Ahora que conozco personalmente Ana y Juanma, sólo tengo una
palabra para calificarlos: admirables. Son una pareja fuerte que parece que más
pronto que tarde superarán el golpe que les ha dado la vida. Ellos habían
creído en las instituciones para montar su proyecto de familia. Pero más aún,
no necesitaban que esas niñas fueran sus hijas legalmente, acogiéndolas y queriéndolas
y compartiendo sus vidas, tenían bastante. Ahora están decepcionados. Supongo, que como
yo en su momento, hasta enfadados con ellos mismo por no habar previsto que esto
les pudiera ocurrir a ellos y sobre todo a sus niñas.
Además de por todo esto que digo, son admirables porque siguen
ejerciendo su labor de padres. Aún después de ser desposeídos de ese título
honorifico, ellos siguen velando por el bienestar de esas niñas. Siguen
luchando para que no se les abandone, siguen preocupándose para que se cumplan
las promesas de vigilancia de su bienestar que les han hecho y siguen
reclamando de la justicia las justificaciones que merecen y que no les dan.
No voy a decir que me escandalizara (que en estos temas ya
uno está curado de espanto), pero al igual que a ellos me indignaba leer como
nuestra justicia es capaz de calificar el trato hacia estas niñas de “ciertamente
preocupante” pero anteponer las relaciones paterno-filiales. ¿Dónde queda ese “bienestar
superior del menor” del que tanto alardea nuestro derecho?
Mucho me ha hecho pensar en estos días desde que conocí esta
“tragedia” el hecho de que nuestras vidas y sobre todo la de nuestros niños,
los de todos (que ninguno estamos libres de que nos pase cualquier cosa el día
de mañana), estén en manos de gente sin
alma. Al igual que en mi caso, ellos reclaman que alguien le de una explicación
de porqué se toma esta decisión. Un rato de charla respetuosa con la jueza que
les ha quitado a sus niñas que les haga comprender la sentencia, incluso que
les deje más tranquilos y les devuelva la confianza en las personas que administran
justicia. Hasta ahora se le han negado las explicaciones y hasta el
conocimiento de esa sentencia, lo que les hace desconfiar aún más de todo el
proceso. Una muestra más de la deshumanización de quién se cree en posesión de la verdad absoluta.
Yo, como dice la leyenda histórica que hizo Aníbal Barca por
orden de su padre y ante los dioses, también juré odio eterno. No a los romanos
sino a la jueza Blanca Pozón y a quienes de cualquier manera y amparándose en
su poder de decisión se oponga a la felicidad de un niño. Casos como esta hacen
que renueve mi juramento hasta el momento que a todos estos niños se les pida
perdón por la oportunidad robada. NO podemos ni debemos permitir que se sigan
cometiendo injusticias de este tipo. Y sobre todo no podemos consentir que
quien repetidamente se equivoca (y demostrado quedó en el caso de Alejandro y Álvaro)
en temas tan sensibles como estos siga teniendo la oportunidad de “impartir injusticias”
sin ninguna responsabilidad. Además de ser “protegida” por compañeros de
instancias superiores en un mal entendido ejercicio del corporativismo.
A pesar de conocernos por estos motivos tan desagradables,
creo que hemos hecho unos nuevos amigos a los que nos une el cariño por los
niños y la forma de entender la vida en familia dando mucho amor a los más
pequeños. Seguro que la vida, que es la jueza que imparte verdadera justicia,
les devolverá con creces lo que ahora les han arrebatado. Espero verlo y
compartir esos momentos alegres que seguro que vendrán como ahora hemos
compartido éstos tan duros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario